LA BASURA ELECTRÓNICA: EL LADO SUCIO DEL CRECIMIENTO DEL MÓVIL

El móvil es uno de los segmentos que mayor crecimiento registran en el sector tecnológico. Con cada vez más usuarios —que utilizan cada vez más servicios—, esta industria se encuentra en permanente expansión. Y esta es una buena noticia. Por un lado el móvil es la puerta de entrada a Internet, y por ende al conocimiento y a cientos de servicios para decenas de millones de personas, lo que presenta la primera oportunidad real en la historia de cerrar la brecha digital. Por otro, esta industria ya genera más de un millón de empleos directos en América Latina, y otros 1,2 millones de empleos indirectos; y de acuerdo con GSMA ya contribuye en un 4,1% al PBI de la región, cifra que se expandirá al 4,5% hacia 2020. Pero en todo este frenesí existe un lado oscuro, y es que esta industria, con todas sus ventajas y curvas ascendentes, es también una gran generadora de desechos, en su mayoría tóxicos, con los que debemos lidiar.

Gran parte del crecimiento de la industria móvil es posible gracias a la permanente evolución de la tecnología, que lleva a la reducción en el costo de dispositivos que son cada vez más sofisticados. Esto permitirá que, por ejemplo, de acuerdo a proyecciones de distintas consultoras, entre fines de 2013 y el 2020 el total de smartphones operativos en la región crezca a un ritmo del 66% anual, pasando de 154 millones a más de 605 millones en este período de tiempo. En muchos casos, este crecimiento estará sustentado por nuevos usuarios ingresando al sistema, pero la mayoría de las veces estos teléfonos inteligentes estarán reemplazando a otros menos inteligentes. De hecho, los usuarios que hoy ya poseen un smartphone, lo habrán reemplazado en promedio 1,5 veces antes de llegar a 2020.

Y es que las nuevas tecnologías, la cada vez mayor oferta de mejores teléfonos, y el uso intensivo que les damos a los mismos, llevan a que gran parte del crecimiento del sector móvil —por lo menos en lo que respecta a los OEMs, es decir a los fabricantes, y a las operadoras, que pueden ofrecer más servicios cuando los usuarios tienen un mejor equipo— esté apalancado sobre el recambio tecnológico.

Lamentablemente, este recambio significa que debemos desprendernos de lo viejo, para hacer lugar para lo nuevo. Y lo viejo, si bien muchas veces pasa de manos, muchas otras veces termina alojado en un cajón. Y muchas más en un basural.

De acuerdo con las Naciones Unidas, en 2015 los países latinoamericanos en su conjunto habrán producido unas 4.968 kilotoneladas de deshechos tecnológicos. Esto equivale al 8,6% de los desechos de estas características a nivel global. Dentro de la región, el mayor productor de este tipo de basura es Brasil, que este año superará las 1.600 kilotoneladas, seguido por México, que generará 1.200 kilotoneladas, y en tercer lugar Argentina, con poco más de 500 kilotoneladas. Si bien estas cifras incluyen dispositivos no necesariamente asociados con el móvil, como televisores y computadoras, la magnitud del mercado móvil —y en especial el corto período de vida de sus dispositivos— hace que ésta contribuya de manera significativa. Si tenemos en cuenta que la vida útil promedio de un smartphone oscila entre los 3 y 5 años, es esperable que la mayoría de los teléfonos que hoy se encuentran operativos sean residuos hacia 2019. Esto no sucede con otros dispositivos, los cuales pueden durar una década, o más.

 

Manejo de residuos

Si bien, como mencionábamos antes, muchos de estos residuos terminan en rellenos sanitarios y otro tipo de plantas de tratamiento de basura convencional —lo cual resulta altamente contaminante— existen varias iniciativas a nivel local en distintos países de la región que permiten tratar a este tipo de residuos con el cuidado que corresponde y reciclar la gran mayoría de sus partes.

La mayoría de estos programas fueron instrumentados por operadoras. Entre ellos se destacan Recicle Seu Celular (ahora Reciclar Conecta), una iniciativa lanzada en 2006 por Vivo, la operadora de Telefónica en Brasil, y el Plan Gonzalo, de Entel, la principal operadora chilena, lanzado un año después. En el primero, la empresa puso puntos de recolección de celulares usados —y ahora también de tablets— en todos sus locales comerciales, facilitando el proceso de reciclado. El plan de la empresa chilena es igual, aunque los materiales obtenidos del reciclaje son vendidos, y el dinero donado a distintas organizaciones solidarias.

A nivel regional, Telefónica ya ha reciclado más de 620 toneladas de residuos electrónicos entre todas sus operadoras.

Otra iniciativa que vale la pena destacar, también en Brasil, fue la inversión de más de $10 millones de dólares realizada por la operadora Oi en la empresa Descarte Certo, para que ésta se haga cargo de sus residuos tecnológicos, y los de sus usuarios.

En otros países como Uruguay, Panamá y Ecuador, distintas operadoras han llevado adelante campañas y programas similares. Y si bien en muchos casos esto ocurrió por iniciativa de las empresas, en otros existen leyes y regulaciones que las obligan a disponer de los desechos generados a partir de sus servicios. Este tipo de leyes —que otras regiones como Europa se enfocan en los fabricantes— en muchos casos implican a las operadoras, porque éstas son el principal canal de ventas de nuevos equipos.

Esto supone un costo muy elevado, puesto que —a diferencia de lo ocurrido en Brasil, por ejemplo— en gran parte de la región no existe una infraestructura que permita reciclar localmente los dispositivos, o algunas de las partes como las baterías, las cuales deben ser llevadas a Europa y otras regiones para ser tratadas.

En nuestro país no existe un marco regulatorio para este tipo de actividades, y si bien distintas operadoras como Personal y Movistar cuentan con puntos donde es posible descartar los dispositivos usados, no existen grandes campañas de concientización ni un verdadero esfuerzo sistemático por parte de ningún actor del mercado ni del Estado para favorecer esta práctica.

 

El reciclaje: un enorme negocio potencial

Si bien puede parecer que el reciclado es un costo extra del que los fabricantes o las operadoras deben hacerse cargo, la realidad es que éste representa una gran oportunidad económica. Un Smartphone promedio está compuesto en un 45% de plástico, un 10% de cerámica, un 20% de cobre, un 20% de otros metales que incluyen oro, paladio y aluminio, y un 5% de no metales. Esto significa que, en su mayoría, es posible reciclar todos estos elementos. Para ilustrar el valor de manera más concreta, de una tonelada de teléfonos inteligentes desechados se pueden extraer 400 g de oro, la misma cantidad de este metal que puede extraerse de 80 toneladas de oro no procesado extraído de una mina.

Al mismo tiempo, el reciclaje de baterías permite recuperar metales como cobalto, níquel y cobre, los cuales se pueden utilizar para fabricar nuevas baterías, magnetos y tintas, entre otros productos.

De acuerdo con la e-Waste Academy —una organización de la Universidad de las Naciones Unidas dedicada a estudiar el problema de la basura electrónica— ésta representa una oportunidad de mercado de 21 mil millones de dólares, lo cual en algunos países está dando lugar a nuevas tendencias, como la de “mineros urbanos”, personas dedicadas a encontrar residuos de este tipo en la calle y revenderlos para su reciclaje.

Sin embargo, este problema solo podrá solucionarse a gran escala a partir de la regulación por parte del Estado, que establezca no solamente qué actores deben hacerse cargo del tratamiento de los residuos, sino que favorezca la creación de una infraestructura a nivel local que permita realizar su tratamiento y, así, bajar los costos y prevenir una mayor degradación ambiental producto de, por ejemplo, el flete a través de miles de kilómetros de materiales que podrían tratarse en cualquiera de nuestros países.